Nuestra llegada a la casa-taller de Paco San Miguel estuvo marcada por la tormenta. El viento y la lluvia parecían querer desalentarnos de sacar algunas fotos en el jardín trasero. Allí, sin embargo, en aquella pequeña ladera de la que emergían incólumes un buen puñado de esculturas de Paco, el magnetismo y la energía invitaban a la contemplación. Así pues, decidimos desafiar el aguacero y realizar las fotografías en el exterior. Allí, entre formas geométricas y volúmenes que dialogaban con la tierra y el cielo, Paco nos recibió con la calma de quien ha aprendido a leer la naturaleza y hacerla su aliada. Así comenzaba nuestra conversación con él.

Has tenido una trayectoria autodidacta, pero también pasaste por la Escuela de Artes y Oficios y estuviste en Italia. ¿Cómo fue esa época formativa?
Sí, bueno, todo comenzó en Valladolid, cuando toqué el barro por primera vez. También pasé un año en Bellas Artes, pero sentía que allí se perdía el tiempo. Solo recuerdo con interés las prácticas con el escultor y ceramista Ángel Garraza. Luego, estudié con Espinoza Dueñas, un escultor cerámico que venía de París. Él me insistió en que debía dibujar todos los días. Yo decía: «No sé dibujar». Y él me respondía: «Tú tráeme dibujos». Y así empecé a desarrollar el dibujo, lo que fue una revelación.
Después pasé por la Escuela de Artes y Oficios, donde aprendí talla en madera y piedra con Aurelio Rivas. Decidí dejar mi profesión como enfermero y dedicarme por completo a la escultura. Con el dinero de un encargo importante, me marché a Carrara, en Italia, que es un centro escultórico a nivel mundial. Allí alquilé un taller, conocí artistas y absorbí todo lo que podía. También fui a la antigua Yugoslavia, donde participé en mi primer simposio de escultura y dejé allí mi segunda escultura pública. Fue una época de mucho aprendizaje y descubrimiento.

En tu segunda estancia en Italia, viviste en una cantera. ¿Cómo fue esa experiencia?
Sí, fue en la Toscana, cerca de Siena. Obtuve una beca del Gobierno Vasco y decidí pasar un año allí, en una cantera de travertino. Me inscribí en un curso que me permitía trabajar con la piedra. Vivía en un «podere», que es una antigua casa agrícola, con un escultor siciliano y otro artista italiano. Aprendí italiano en largas conversaciones nocturnas y me sumergí en el entorno natural. Siempre digo que viví las cuatro estaciones como un salvaje. Me fascinaban los cipreses, los caminos que conducen a los pueblos… Era un escenario perfecto para la creación.
¿Crees que esa relación con la naturaleza influyó en tu escultura posterior?
Definitivamente. Cuando volví a Vitoria, me fui al monte a jurar mi vínculo con la naturaleza. Siempre he sentido una conexión profunda con ella. Es moderna y eterna a la vez. Desde las primeras pinturas rupestres hasta la tecnología más avanzada, todo está inspirado en la naturaleza. Observando los insectos, las formas microscópicas o las estructuras de los árboles, te das cuenta de que todo está diseñado con una inteligencia increíble.

Y en ese momento surge Isinohana. ¿Cómo decides embarcarte en la construcción de esta casa-taller?
Cuando encontré este lugar, sentí que debía hacer aquí mi casa. Para mí, construirla fue como esculpir a otra escala. Siempre me ha gustado observar cómo trabajan los obreros, aprender del proceso. Sentía que era un reto que tenía que asumir. En 1986 empecé rehabilitando el caserío y en 1987 inicié la construcción de Isinohana junto a mi hermano Tomás y mi hermana Silvia, ambos músicos. Fue un trabajo largo, pero lleno de simbolismo. Desde el principio quise que el fuego estuviera en el centro, como en la arquitectura japonesa que tanto admiro. Dormimos aquí la primera noche cuando solo estaban los muros.
Este lugar me protege. Y a la vez es un lugar que está muy vivo. Nos apetece mucho cuidarlo y recibir a muchísima gente que viene por aquí. El espacio se ha convertido en un punto de encuentro, un lugar donde la gente viene a conocer mi obra, a participar en talleres y a compartir la experiencia de la creación.



Tu escultura tiene una fuerte base geométrica. ¿Cómo explicas tu relación con la geometría y la abstracción?
Es un proceso intuitivo. La gente necesita explicaciones, pero ¿cómo explicas la abstracción? Es como mirar las nubes: siempre cambian, pero tienen sentido. No me interesa imponer un significado cerrado a mis obras. Yo canalizo una energía, un lenguaje, y lo expreso. Luego, cada persona lo interpreta a su manera. Me gusta recibir comentarios de quienes las observan, porque a veces ven cosas que ni yo mismo había notado.

Muchas de tus esculturas están en espacios públicos. ¿Cómo te gustaría que las personas se relacionaran con ellas?
Que las vivan, que las sientan. Muchas de mis esculturas son lúdicas. Los niños, por ejemplo, son quienes mejor las entienden. En Sansomendi hay una escultura que se ha convertido en un tobogán improvisado. Los niños la han hecho suya. Me imagino que cuando sean adultos, tendrán una relación especial con esa obra, porque la han experimentado de primera mano. Eso me hace mucha ilusión.


Cada día que pasa el arte está está más influenciado por lo digital. ¿Dónde queda la escultura tradicional en este contexto?
No creo que la escultura manual desaparezca. Trabajar con las manos es algo esencial para el ser humano. La satisfacción de modelar, tallar, transformar un material es única. Veo a personas jubiladas que se dedican a la escultura con una pasión increíble. Es impensable que esto se pierda. Pero también es cierto que las nuevas generaciones están muy metidas en las pantallas y que todo es inmediato. El reto es enseñarles el valor del proceso, la paciencia y la observación.


¿Tienes algún reto pendiente o algún proyecto que te gustaría desarrollar en el futuro?
Para mí, lo maravilloso de dedicarse a la creación es que mientras estés vivo, sigues imaginando, ideando, sorprendiendo y emocionándote. Tengo 70 años y sigo sintiendo ilusión y energía. Durante la pandemia hice tres esculturas grandes, a los 67 años. No sé si haré más proyectos de gran escala, pero sí sé que seguiré creando. Eso es lo que me mantiene en movimiento.


