Cuando Patxi tenía 4 años, su padre se compró un tocadiscos en el que sonaban, en altísima fidelidad, Frank Sinatra, Bing Crosby o Glen Miller, entre otros. Los domingos, Patxi se sentaba junto a su padre a escuchar todas aquellas sonoridades; momentos estos que, sin nadie pretenderlo ni esperarlo, se convertirían en su primera influencia musical. Aunque no la única: “a mi hermano Alberto, el mediano, le gustaba el teatro y también la música. De repente se compraba una quena, un pinquillo, una flauta, y yo, pues enredaba con todo aquello y me lo pasaba bomba”. Con la paga que recibía en casa e inspirado por todo objeto musical que pasara por sus manos, un día Patxi decidió comprarse unas vaquetas, con las que tocaba sobre la cama, intentando imitar lo que oía en los discos de sus hermanos mayores. “Sin embargo, a pesar de que la música estaba presente en mi casa, cuando decidí que quería dedicarme a la música no tuve apoyo, tuve que currármelo muchísimo. Trabajé tres años en una fábrica para poder comprarme mi primera batería”.
Ampliando conocimientos
Patxi se formó como baterista en la Escuela de Música Creativa de Madrid. Fue el accidente laboral de un compañero de trabajo de la fábrica lo que le hizo dar el paso; aquel hecho le hizo ser consciente de que el tiempo pasaba y él se había quedado atrapado en el salario que recibía a cambio de un trabajo que no era su pasión. “Pedí la cuenta y me fui a Madrid. Allí trabajaba en hostelería para completar los escasos recursos con los que contaba y entre semana estudiaba muchísimo; era raro el día que metía menos de ocho horas. Al llegar allí me di cuenta de que sabía muy poquito y el tiempo volaba absorbiendo todo lo que podía”.
Los materiales que utilizaba Patxi en sus clases eran fotocopias de las fotocopias de las fotocopias de algún libro que alguno de sus profesores, como Carlos Carli, había conseguido en Nueva York, “era imposible conseguirlos en ninguna de las grandes tiendas de Madrid, ni siquiera sabían de qué les estabas hablando”. Y un día, estando de viaje en París, paseando por el barrio Pigalle, Patxi encontró una tienda llamada Oscar Music: “por poco me desmayo, tenían todo lo que yo estaba utilizando, todos esos libros de los que había oído hablar. Y pensé, si yo algún día tuviese que montar un negocio, haría algo como esto”.
Pausa
Tras su formación en Madrid, Patxi trató de ganarse la vida como baterista, “pero uno de mis principales enemigos en el mundo de la música ha sido mi incapacidad de vivir al día. Además, yo veía a gente que era muy buena y que el día 15 de mes iban ya justísimos”. Lo dejó. Y además de verdad: casi 3 años sin tocar la batería, trabajando de camarero. “Gracias a ese trabajo y al que por aquel entonces tenía mi mujer -la cantante Puri Santamaría- pudimos tener una situación estable. Pero pasado un tiempo salí huyendo y fue entonces cuando abrí La Fusa”.
Aquel verano
En 1970 Vinícius de Moraes, acompañado por Toquinho y María Creuza, grabó en Buenos Aires uno de los trabajos más significativos de la música brasileña: La Fusa. El doble álbum fue el resultado de la vivencia que estos tres reconocidos músicos compartieron durante los conciertos que, durante dos semanas, dieron sobre el escenario de La Fusa, local referente de la capital bonaerense. “Esos discos los descubrí gracias a mi amigo Pep, durante un verano que nunca olvidaré. Teníamos un radiocasete indestructible en el que escuchábamos el álbum, un aparato que se cayó por todos los sitios habidos y por haber. Lo pasamos en grande, nos reímos muchísimo y cuando el verano terminó, mi amigo cogió los casetes y me dijo ‘toma, para ti’”. Cuando llegó el momento de abrir su propio comercio, Patxi lo tuvo claro: La Fusa, no podía llamarse de otra manera.
De París a Vitoria
Hace años, durante un Azkena Rock Festival, Patxi recuerda que el baterista de una de las bandas que actuaba en Gasteiz entró en la tienda, y al salir, le dio la enhorabuena porque en La Fusa había encontrado materiales que era incapaz de encontrar en su ciudad, San Francisco. Patxi sintió entonces que estaba en el camino de lograr algo cercano a aquello que había imaginado en la Oscar Music parisina, “pero claro, una cosa es la capital francesa y otra Vitoria”.
En 1999, tan solo un año después de abrir, Patxi ya vio que, tan solo con la venta de libros y tratados, el negoció no seguiría adelante: “en Vitoria hay un gran ambiente musical, pero hay determinadas cosas que hacemos de manera diferente a otros países de Europa. Aquí, comprar un libro de música no es una prioridad”. Así que, aunque no estuvo en los planes iniciales, La Fusa comenzó a ofrecer clases de batería y canto, y a lo largo de los años ha ido adecuando su espacio para ofrecer un lugar amable e inspirador para el aprendizaje. En la actualidad, cuenta con una cabina insonorizada que aporta intimidad para que el alumnado pueda trabajar tranquilo. “El perfil de alumnos/as que tenemos son, principalmente, personas que tienen la música como hobby y hay que entender que el tiempo que pueden dedicarle al estudio es limitado. Hay gente que puede sacar media hora para practicar y otra que no. Pero nos lo tomamos con mucha calma”.
Además de su alumnado, las personas que hoy acuden a La Fusa son clientes/as que huyen de internet y según afirma Patxi, cada vez son más. “Internet fue una amenaza muy directa para nosotros, tuvimos una página de venta online en su momento, pero era totalmente deficitaria y la cerramos”. Ahora internet se ha convertido en una oportunidad para La Fusa porque, precisamente, es un espacio abierto a personas que quieran ser atendidas con mimo: “si hay que estar tres horas hablando con alguien para explicarle, solventar dudas, que pruebe algo, etc. pues se hace. En eso consiste este lugar”.
Bill LaBounty, Brad Mehldau, Bill Evans, Kurt Elling, Foo Fighters… son algunas de las muchísimas músicas que forman parte de la banda sonora de la vida de Patxi; una persona que, más que por la música en sí misma, se mueve en la vida buscando la belleza, sea cual sea la forma en la que esta se manifieste.