Nerea, ¿qué son las políticas culturales?
Serían aquellas iniciativas que vienen de una administración pública, que están regladas, y que promueven que la cultura sea parte de la vida de los/as ciudadanos/as. Esto puede ocurrir a través de acciones que realice la propia institución o por medio de líneas de financiación pública, todo en coherencia con lo que la ciudadanía necesita.
Desde mi punto de vista, la política cultural no es tanto política de Estado como política del día a día; y es que la cultura es absolutamente dinámica, así como los gustos y consumos culturales, lo que exige que este tipo de política sea flexible y pueda adaptarse con agilidad.
¿Cuáles dirías que son las necesidades específicas de Gasteiz en cuanto a políticas culturales?
Vitoria no está en el mapa de los circuitos de consumo y producción cultural, existe una gran diferencia con respecto a otras ciudades de nuestro entorno. Y si ya hablamos de Industrias Culturales y Creativas estamos muy por detrás, y eso que existe mucho talento local, pero no se favorece su puesta en valor.
Existen retos comunes con otras ciudades. Es el caso de la participación cultural. Pero diría que, en el caso de Gasteiz, atender a la accesibilidad cultural es una de las prioridades.
Y si miramos al territorio alavés, considero que es clave trabajar por acercar la cultura pública al mundo rural.
Estás inmersa en tu tesis, ¿qué es lo que investigas?
El trabajo gira en torno a las políticas culturales y las políticas migratorias, a cómo se da el cruce entre ambas. ¿Pueden los espacios culturales generar convivencia intercultural? Yo creo que sí, pero tengo que demostrarlo. Hay mucho romanticismo en torno a esta idea. Yo soy una ferviente defensora de que la cultura tiene un poder transformador, pero ¿lo estamos haciendo bien?
Y en relación a este tema, ¿cuál consideras que sería una manera inteligente de intervenir en nuestra ciudad?
Trataría de trabajarlo en estrecha colaboración con la sociedad civil. Considero que es clave trabajar con asociaciones, mezquitas, parroquias… con todo espacio o colectivo que reúna a personas con una necesidad cultural y/o espiritual compartida. Creo que es clave pedirles propuestas, hacerles sitio en programaciones regulares, más que en crear eventos ad hoc para ellos.
Conozco el proyecto Zaharraz Harro de cerca y aunque no es perfecto, creo que está consiguiendo muchos vínculos con personas con las que, de no haber hecho las cosas así, no se habría dado un cruce. ¿Cómo se ha hecho? Acudiendo a los espacios en los que estas personas se reúnen, contándoles lo que hacemos, preguntándoles si querrían participar y de qué manera.
Otro tema que me parece clave es cómo plantear la financiación pública de proyectos culturales porque, aunque haya convocatorias, siempre va a haber ciudadanía que se quede fuera. ¿Los motivos? Pueden ser varios: que no está asociada, que no hable bien la lengua, que no entienda el proceso burocrático… es importante hacer accesibles los mecanismos a través de los cuales se provee de recursos económicos a las iniciativas.
Conoces el ámbito internacional, ¿en qué lugar del mundo la interculturalidad se está trabajando bien?
México y Colombia son dos naciones multinacionales que son referente en esta materia. Tienen muchísimas culturas dentro de su cultura estatal y han sabido escuchar sus necesidades e identidades, e integrarlas en su carta nacional de cultura. Sus políticas culturales son casos de estudio.
Nos movemos ahora al contexto europeo. Gestionas varios proyectos internacionales, ¿de qué se habla en Europa a nivel cultural?
Desde hace algunos años trabajo para la European Creative Business Network (Red Europea de Empresas Creativas) y actualmente diría que son dos los temas sobre los que estamos trabajando intensamente: las habilidades que han de tener los/as profesionales de la cultura y la transición verde.
Europa está atendiendo a la innovación, al cruce de disciplinas, a descubrir cómo la cultura puede tener utilidad más allá de la producción cultural. Por poner algunos ejemplos, estamos estudiando cómo diferentes metodologías de la investigación artística pueden fomentar una transición verde o cómo desde las Industrias Culturales y Creativas se pueden analizar y sistematizar procesos para que en las empresas del plástico sean más green. Otro proyecto versa sobre cómo recuperar ciertos saberes, más sostenibles, gracias a la artesanía y a sus procesos de trabajo.
Es en estas cosas donde realmente Europa está invirtiendo recursos económicos. La pregunta sería qué llegó antes, si la trascendencia de este tipo de proyectos o el dinero que se invierte en ellos…
¿Tienen los proyectos europeos el impacto que se les supone?
Hay proyectos europeos que tienen una conceptualización maravillosa, que realizan unas investigaciones increíbles, pero yo soy un poco escéptica porque no sé si toda esa maquinaria está funcionando realmente, si está consiguiendo “afectar” (positivamente) a la ciudadanía. Sí, se hacen open calls (convocatorias) tratando de abrir los proyectos, pero la realidad es que no todo el mundo habla inglés, no todo el mundo conoce las instituciones europeas, no todo el mundo tiene la capacidad de rellenar esos súper megaformularios…
Los proyectos europeos, también las licitaciones que se publican, son una oportunidad, pero creo que aún les falta aterrizar, porque me temo que son los de siempre los que acaban entrando en ellos. Para mí, y eso que trabajo en el ámbito internacional, lo local funciona mejor.
¿La ciudadanía es consciente de que tiene algo que se denominan “Derechos Culturales”? Y qué hay de los “deberes culturales”, ¿existen?
No creo en absoluto que la gente sea consciente de que existen los Derechos Culturales. Y sí, es cierto, siempre que existe un derecho existe un deber. Diría que de la misma manera que existe un derecho a la participación ciudadana, existe una obligación para con ella. Así, existe el derecho a que tú puedas expresarte culturalmente, pero también debería existir el deber de que toleres todas las expresiones culturales. Es un tema interesante sobre el que pensar.
El ámbito educativo y cómo este se relaciona con la cultura es, por ejemplo, clave. Yo soy prueba de ello; la chispa por todos estos temas a los que ahora me dedico surgió, en gran medida, gracias a una experiencia cultural que mi centro educativo me facilitó. Recuerdo que, estudiando ESO, un día nos llevaron al cine a ver Hotel Rwanda. Aquella película me impactó y fue a través de ese encuentro con el cine que decidí que quería ser diplomática. Gracias a aquello estudié Políticas y luego vino todo lo demás.
¿Cómo has llegado a relacionarte con el contexto internacional?
Con 15 años mis padres me enviaron a estudiar a Sudáfrica; querían que tuviera otras experiencias y aquella me dinamitó la mente. Ya de más mayor, hice prácticas en la Embajada de Trinidad y Tobago, donde trabajé en la sección cultural, que fue algo que me encantó. Estar en contacto con las asociaciones locales me hizo darme cuenta de que no era la diplomacia lo que me interesaba, sino establecer relaciones con la gente. Tras esa experiencia me surgió la oportunidad de ir a Washington a trabajar con Greenpeace. Aprendí muchísimo, es una organización increíble, pero me faltaba el contacto con las personas, así que decidí especializarme en Derechos Humanos, y fue entonces cuando me interesé por los Derechos Culturales. Me fui a trabajar con la UNESCO en temas de cultura y ahí fue cuando dije “esto es lo mío”.
También eres docente en el Máster de Gestión Cultural de la UOC, ¿qué perfil tiene tu alumnado?
Imparto dos asignaturas: políticas culturales y agentes culturales como agentes sociales. Mis alumnos/as son personas que se dedican a la cultura, pero que provienen de la creación y quieren formarse en gestión, y también tengo mucho alumnado preparándose para oposiciones de departamentos de cultura municipales. Tengo muchísimos/as alumnos/as de América Latina, que es algo que me ha llamado la atención.
Con tanto trabajo, ¿qué haces para desconectar?
Pues es que lo que me gusta tiene que ver con la cultura (ríe). Me encanta leer, me gusta muchísimo el cine… un libro con un poco de jazz de fondo podría ser perfectamente mi momento ideal.
Algunas de las fotografías han sido realizadas en Hibridalab, Centro de innovación abierta y transferencia creativa de Álava.