El pasado sábado, 16 de marzo, en la víspera de la presentación de su nuevo disco ‘TOC’, el batería vitoriano Ángel Celada se citaba con el joven Aitor Bravo, también batería. Un encuentro entre dos generaciones de artistas que comparten mucho más que la batería. Bajo la tenue luz del Marvelous, lejos del escenario, Ángel y Aitor compartieron una íntima conversación donde rezumaba la pasión por la música, y por la vida, y un respeto y admiración mutua infinitos.
Algo misterioso
De familia melómana, Aitor escuchaba en casa mucha música desde pequeño, tanto que no tardó en tocar sus primeras notas con lo primero que pillara; tenedores o lápices, cualquier instrumento era bueno para conseguir plasmar “eso” que le salía de dentro. Supo atrapar “eso” que le nació antes casi de aprender hablar, hacerlo suyo, vivirlo y disfrutarlo.
Para Ángel la vocación es un misterio, nunca ha sabido por qué desde muy pequeño sintió una atracción tan fuerte por la música. Mientras que sus compañeros de clase escuchaban los Beatles o los Stones, a él le gustaba Free, un grupo poco común con temas muy pausados. Incluso, él mismo se preguntaba cómo le podía gustar esa música tan asentada siendo él tan joven. Y así de forma misteriosa, su vocación por la música llegó para quedarse. Tanto que, a sus 70 años, sigue viviendo y disfrutando de la misma, pero sin saber, y sin querer saber, cómo llegó a su vida. La vocación siempre será un misterio para él.
Ambos coinciden, sin embargo, en que la vocación no lo es todo. Por supuesto, es algo que llega y que tienes que saber atraparlo, pero también tiene que ser algo que te llene tanto como para poder dedicarte a ello. Son muchos los músicos que a pesar de su talento no han hecho carrera, «precisamente, por eso, porque si no te llena no eres capaz de pagar el precio. El precio se compensa por otro lado, por gozar de aquello que más satisfacciones te da, por aquello que más te emociona» explica Ángel. Y, por supuesto, en esa satisfacción está el hecho de poder mirar atrás y ver cómo aquel joven que de forma autodidacta aprendió a tocar la batería, cuenta con una larga y reconocida trayectoria profesional.
«En realidad hay una dinámica que tampoco la provocas tú; es decir, vas tocando, intentas mejorar, te van llamando y un día tienes una edad y dices, oye macho, han pasado cosas. ¿Cómo empezó? Es un misterio.»
Aitor reconoce que, en su caso, el entorno familiar e, incluso, que en Araia, su localidad natal, siempre haya habido mucha afición por la música, habrá podido alimentar su interés, «pero habrá a otras personas que no; y en mi caso supongo que activa misteriosamente mecanismos que me dan la felicidad».
El camino que eligieron
Ambos siguieron caminos parecidos, Ángel no era muy amante de la escuela; sí, por el contrario del deporte y de la música. Hizo bachiller y en el momento que hubo que tomar decisiones: «no es que me plantara, es que las circunstancias me plantaron, era un desastre, no iba a clase, no había manera» cuenta Ángel entre risas. Aitor no puede evitar sentirse identificado, confiesa que en la escuela era bastante “cafre” y no le gustaba estudiar; aunque quizás sería más correcto decir que no le gustaban esas materias que le enseñaban, porque era llegar a casa y pasarse horas con las baquetas ensayando, probando, investigando y estudiando eso que sí le motivaba: la batería.
En casa esta inquietud e interés por la música y por querer desarrollarse en la misma siempre fue aceptada. Su padre y su madre siempre le apoyaron. Tanto que fueron ellos quienes llevaron a Aitor a un concierto por primera vez; y a día de hoy son sus fans más fieles. «Siempre ha sido muy importante que mis padres me hayan apoyado con este tema, porque no es fácil tomar este camino sin un apoyo tan importante» agradece Aitor y a lo que Ángel añade que «aunque cada uno busque su camino, acompañado así es mejor». En su casa, a pesar de no ser tan melómanos como la familia de Aitor, desde que se pronunció y decidió dedicarse a la música, dejando incluso el deporte por el que también existía cierta vocación, lo entendieron y apoyaron.
Reconoce que los inicios no fueron tan fáciles. Él estaba convencido de querer tocar la batería, pero ¿cómo? ¿dónde? Entonces no existía el acceso a la información que hay hoy en día. Incluso el propio aprendizaje era complicado. No tenía quién le enseñara. Asistía a conciertos con el radar a tope, observaba y tomaba nota para luego poder ponerlo en práctica, probó con algún grupo y poco a poco el camino fue allanándose.
«Empiezas más poco a poco, te ve alguien de un grupo y dice ‘este chaval parece que tiene aptitudes’, te enseñan cuatro pautas, te vas a ver todos los conciertos, miras y observas». Confiesa que el camino del autodidacta es lento y que le hubiera encantado saber de armonía o tocar el piano, su instrumento favorito. Pero que, sin embargo, también tiene su lado positivo ya que «tú creas sobre tu propio sistema y tus propias influencias, tus propias experiencias, y, quizá, sea más fácil que desarrolles un estilo más personal porque estás tú contigo mismo y te vas por un camino que nadie ha llegado».
No significa esto que Ángel no apoye la formación reglada, al contrario, considera a Aitor un afortunado por haber podido estudiar su instrumento, «y lo apoyo al 200%, pero sí que es verdad que si no tienes una gran personalidad musical, puedes caer un poco más en la factoría, en tener menos entidad». Aitor secunda las palabras de Ángel. Y es que a pesar de que él empezara desde bien joven sus estudios de percusión en el Conservatorio Jesús Guridi de Vitoria-Gasteiz y luego terminara realizando el Grado Superior de Jazz de Musikene, cree «que cada uno tiene que tener una parte suya y aunque te vayan guiando por algún lado, yo creo que no hay que dejar tu instinto, tu forma de verlo, de hacerte caso». Ángel lee en la mirada de Aitor lo que está queriendo decir y no puede evitar invitarle a expresarlo alto y claro: «Dilo, dilo. Personalidad. Eso es lo que se necesita. Y, evidentemente, si la tienes y estudias, mejor, porque no la vas a perder, pero la tienes que tener. Y eso no se puede disimular».
Aitor añade que en “eso de estudiar” también hay muchas horas de escucha, miles de grupos, discos, música en general, de diferentes generaciones, más o menos comunes. El caso es escuchar. Escucha, atrapa, prueba, investiga… «para mí es como un juego donde nunca acaba la alegría».
Un momento feliz con la música
Para Aitor cada concierto es especial, «el entorno donde estás, ya sea tocando jazz o rock u otro tipo de cosas, es el momento de expresarte con la gente con la que vas a hacer música y a expresar a la gente que viene a verte». Por supuesto que también hay momentos malos, como él dice “somos personas” y habrá conciertos en los que no te encuentres bien, estés cansado o tengas mal de amores, pero «para mí cada concierto tiene su cosa positiva».
Comparte con Ángel algunos de sus recuerdos más especiales, sus inicios con la banda o sus nervios en el ensayo antes de su primer concierto con Iñaki Salvador. «Todavía eres muy joven, te quedan muchísimos momentos felices por delante con la música» ríe Ángel.
Él, sin embargo, no puede contestar, «aparte de que la memoria no me da» bromea. En su extensa trayectoria son muchos los momentos vividos, desde su primera gira, hasta momentos más personales vividos en torno a la música. En confianza con Aitor echa la vista atrás y recuerda anécdotas que despiertan una sonrisa en su rostro. «No tengo ‘un’ momento en absoluto. Y sí que hay momentos cojonudos, y otros no tanto, pero también otros que están por llegar».
Etapas diferentes
Aitor defiende la música real, bien hecha, aquella que viene de la música de raíz. Para él es fundamental conocer esa música, sea del estilo que sea, porque en gran parte siente que es la forma que tiene de nutrir su música. Por ello intenta investigar diferentes estilos, desde el jazz hasta el pop o la rumba, «es lo que te va nutriendo, tocar diferentes músicas, con diferentes artistas». Influencias que un músico pueda recibir, estudiar y dar forma, se ve en su música. No tanto por querer abarcar todo, sino por conocer, por investigar, por dejarse llevar. Y es que una vez más coincide con Ángel en que habrá quien pueda abarcar diferentes estilos y defenderlos con profesionalidad, pero «para poder transmitir tu entidad, tu personalidad, tienes que especializarte en algo, no puedes querer tocar todo».
Ángel aplaude la inquietud de Aitor, «con 26 años es lo que se tiene que hacer». Pero él se encuentra en una etapa diferente, tanto profesional como personal. También ha pasado por etapas de inquietud, de tocar aquí y allá, esto y lo otro, pero en la actualidad, con una trayectoria consolidada a sus espaldas, siente cierta tranquilidad en los proyectos que se le presentan. Proyectos donde identifica su entidad, que salen de él casi “sin esfuerzo”. Proyectos que disfruta de la A a la Z, sin compromisos y acompañado de gente con quien mantiene lazos afectivos, «porque de ahí creo que salen cosas, voy más allá de la cuestión musical, técnicamente, sino emotiva, tiene un plus de emoción que yo creo que se transmite».
Una mirada al pasado
Fue en 2007 cuando Ángel y Aitor se vieron por primera vez. Aitor acompañado por sus padres acudió a Agurain a un concierto del mismo Ángel. Por aquel entonces para el joven Aitor las baquetas ya eran una extensión de sus manos y poder disfrutar de la música de Ángel en directo era un auténtico privilegio. A pesar de su corta edad, no dudó en acercarse a Ángel para pedirle que le firmará su entrada. Ángel además de firmarla, le dedicó una bonita dedicatoria que 17 años después Aitor aún guarda.
Para mi amigo Aitor el que me va a quitar el puesto.
¿Quién le iba a decir a Aitor que un día se sentaría y compartiría anécdotas, risas y reflexiones con quien ya era un referente para él allá por 2007? Y quien esté leyendo pensara “esto estaba preparado”. Pero nada más lejos de la realidad. No fue hasta el final de la entrevista cuando Aitor sacó la entrada con la dedicatoria y firma de Ángel. La ilusión de compartir este momento fue mutua. Tan bonito encuentro no podía acabar de otra manera. Misteriosa coincidencia.