Fotografías: Sara Berasaluce
Coca-Cola y Mentos no es un grupo al uso. No ensayan, no publicitan, no tienen hoja de ruta ni mánager. Si se suben a un escenario es porque quieren, si no, se quedan en casa. Y, sin embargo, quienes han asistido a alguno de sus bolos saben que lo suyo no es una broma ni un experimento menor. Es arte efímero. Como dicen ellos mismos, “es como poner mentos en una botella de Coca-Cola: explota, y ya está”.

La pareja artística formada por DJ Parrucho y Kloy MC lleva años deambulando por los márgenes del hip hop, del jazz, del spoken word, del rap político, del humor más ácido y del más sencillo disfrute. Y aunque ambos, cada uno a su manera, haya catado las mieles del éxito musical, ya sea como integrante de Ortophonk, primer grupo de Vitoria que tocó en el Festival de Jazz, en el caso de Parrucho; o frente a 20.000 personas en la fase final de RedBull Batalla de los Gallos, en el caso de Kloy, reconocen que este proyecto que los une les ha hecho redefinir la idea del éxito.
Se conocieron hace años, por casualidad, en un bolo. Parrucho ya era una figura respetada en la escena local; Kloy, un chaval de apenas 14 años con una lengua afilada y muchas cosas que decir. “Vinieron él y su hermano, y nos salvaron el bolo”, recuerda Parrucho. “Fue increíble”.

Terapia antes que industria
Ambos artistas coinciden en algo esencial: la música no fue un objetivo, fue una salvación. Para Parrucho, “la música estaba siempre en casa. Mi aita tenía un Lenco y unos bafles que aún suenan de la hostia. Los vinilos estaban por todas partes, era una liturgia”. Para Kloy, sin embargo, el punto de partida fue otro: “En casa había mucho ruido, mis padres se llevaban fatal. Yo escribía poesía desde pequeño, y el rap me vino como una vía de escape. Me salvó la vida”.
Años después, siguen aferrados a esa concepción de la música como tabla de salvación. “He tenido proyectos con más éxito”, confiesa Kloy, “pero con Coca-Cola y Mentos es con el que más he disfrutado. Porque no hay presión. No hay que demostrar nada. No hay que monetizar nada”.

El anti-proyecto
La palabra que más repiten es “libertad”. Libertad para no ensayar, para improvisar, para equivocarse, para pasarlo bien. “Somos el anti-proyecto”, dicen entre risas. “La improvisación tiene eso mágico y maravilloso: nunca se va a volver a repetir”.
En escena, DJ Parrucho lanza bases seleccionadas de entre cientos de archivos mientras Kloy improvisa letras a ritmo de metralla. A veces se suman músicos invitados —como los hermanos Andino o Iñaki ‘El Puma’—, otras veces no. Todo puede pasar. “Es arte efímero, como una instalación en el monte que se la come la naturaleza”, dice Parrucho.

Lo personal y lo profesional se diluyen
En Coca-Cola y Mentos no hay fronteras. Lo personal y lo profesional se mezclan, se emborronan, se funden. “Antes, en otros grupos, llegaba al bolo con los hombros pegados a las orejas, con la presión de que todo saliera perfecto. Ahora montamos un bolo, comemos juntos, tomamos una caña… disfrutamos todo el proceso. Eso es el éxito”, resume Kloy.
Esa cercanía se transmite también al público. “No hay pose. No hay disfraz. Somos nosotros, sin caretas. Y la gente lo nota. Se genera un ambiente muy bestia, muy sano, muy real”.

Una crítica desde dentro
Lejos de romantizar la precariedad, ambos artistas lanzan una crítica feroz al sistema musical y cultural. “Hay más rap que nunca y menos hip hop que nunca”, sentencia Kloy. “Se ha fagocitado todo. El sistema engulló el discurso, lo masticó y escupió un Bad Bunny”. Y añade: “El capitalismo convirtió el movimiento en escaparate. Cadena de oro y coche. Nos han puesto a pelear entre nosotros”.
Pedagogía callejera
De esa crítica nace también el impulso pedagógico. Con su proyecto Artes Trece, han impartido talleres en centros educativos, sociales y culturales. “Los chavales se quedan con la boca abierta escribiendo su primera canción, hablando del acoso, de su familia, de lo que no se atreven a decir en voz alta”.
“Esto debería estar en las escuelas. La música, el graffiti, la danza, la palabra. Es escritura, es pintura, es escucha, es comunidad. Es una escuela real”, proclaman.



Redefinir el éxito
Para ellos, el éxito no está en las giras internacionales ni en los discos de oro. “El éxito es dormir en tu cama después de un bolo con tus colegas, rascando la barriga a tu gato”, dice Kloy. Y Parrucho asiente: “Sí, y que se queden alucinaos de que no hayamos ensayado nada. Eso ya es el mejor salario”.
No buscan llenar pabellones, sino corazones. No quieren que los llamen artistas, prefieren ser “románticos pobres”. No quieren mánagers, quieren amigos. No quieren seguidores, quieren cómplices.

Y ahora, ¿qué?
Improvisar, dicen. Ese es el plan. Lo único claro es que volverán a la Tasca de las Abuelas, al Dublín o a cualquier rincón donde se sientan cuidados. Donde puedan “hacer el día mejor, no joderlo más”.
Estad atentos/as. Puede que no sepáis cuándo ni dónde. Pero si oís algo, si notáis que estáis bailando sin saber por qué, puede que se haya abierto una botella de Coca-Cola. Y alguien haya echado un mentos dentro.




