El primer contacto con el mundo de la danza que tuvo Aritz López (Vitoria-Gasteiz, 1988) fue a los 15 años: «me apunté a unas clases de Break Dance que se impartían en el Centro Cívico de Judimendi» , recuerda. Lo que en un principio iba a ser una actividad para mantenerse activo y hacer algo de ejercicio, se terminó convirtiendo en su modo de vida y su profesión.
A esas clases de danza urbana le siguieron otras de ballet y posteriormente de danza contemporánea. Fue en una de las residencias que impartía el Festival Dantza Hirian de Donostia donde conoció a Jordi Vilaseca y juntos decidieron formar la compañía Proyecto Larrua. «Dejé mi trabajo como ingeniero aeronáutico y di el salto al vacío», afirma.
Un comienzo «difícil»
Reconoce lo «difícil» que es para los bailarines y bailarinas vascas dar ese primer paso hacia la profesionalización, «la mayoría nos tenemos que ir a otros países de Europa porque es donde nos ofrecen condiciones aceptables para poder sobrevivir». Aquí dice encontrarse con otra realidad, «aún hoy la gente me sigue preguntando si puedo vivir de la danza. Yo le dedico ocho horas al día, incluso más. Es como otro trabajo cualquiera. Hay que dignificar la profesión«, reivindica.
Proyecto Larrua cumple este 2019 cuatro años de andadura con cuatro producciones en su repertorio. Acaban de formar parte del laboratorio de creación Atalak 2.0 y en octubre estrenan su última creación ‘Otsoa’ (Lobo) en el Teatro Principal, una pieza con cinco intérpretes en escena que aborda cuestiones como las relaciones sociales, la manipulación y el engaño.