FORMATOSENTREVISTAS«Lo personal y lo profesional se diluyen»

«Lo personal y lo profesional se diluyen»

Marta Martínez, fundadora de Mara-Mara, comparte con Go Gasteiz Kultura cómo fue el arranque de este espacio y lo que ha supuesto para ella en lo personal y lo profesional.

Fotografías: Isabel Glz Ortiz de Urbina

En euskera, “mara-mara” evoca el fluir de la nieve que cae sin prisa, posándose suave pero firme. Algo parecido ocurre al entrar en la pequeña librería situada en pleno corazón de Vitoria-Gasteiz, que desde 2014 ha ido calando poco a poco en el paisaje cultural de la ciudad. Su nombre, escogido por pura sonoridad y sugerencia, anticipa la experiencia: avanzar sin prisas, detenerse en lo que importa, dejar que las historias se asienten.

Lanzarse con vértigo

—Después de estar mucho tiempo en un sitio más grande, con muchas cosas aprendidas, sentí que quizá podía volar sola. Y con vértigo, y miedo, como todo emprendimiento, me lancé. Empecé con otra socia, y fue algo lento y rápido a la vez. Primero todo parecía lejano: «sí, sí, algún día», y de repente fue: «ya está». Había mucha gente detrás. Aunque la cara visible soy yo, hay gente que ayuda, que diseña, que propone. Fue muy bonito, con sus nervios, con sus miedos, pero con la sensación de que si yo creía en esto, podía conseguir que más gente creyera también. Eso sí, sin relajarme: esto es una lucha constante, con sus sombras, pero con muchas ganas de seguir.

Una década de andar sin prisa

—No me lo creo del todo. Cuando preparamos el aniversario y veíamos que eran diez años, mucha gente decía: “yo hubiera dicho cinco o seis”, y yo también. Pero sí, ha pasado una década. Y ha habido de todo. Si tengo que resumirlo, diría que muy bien. Sin romantizar: es muy bonito, pero también hay días que te vas a casa con la cabeza llena. Lo personal y lo profesional están muy unidos, al menos en mi caso. Mucha de la gente que ahora es amiga la he conocido aquí. Cuando abrí por primera vez, pensaba en tener un negocio, un flujo de gente… pero no en que se forjaran relaciones tan estrechas. Es un regalo. Al final, le dedicas 24 horas. Y no lo digo como algo negativo. Para mí es bonito que lo personal y lo profesional se diluyan así.

s que una librería

—Tenemos cosas que nos dan muchas alegrías. El club de lectura, por ejemplo. Al principio no funcionó: igual no era el momento. Lo paramos y luego lo retomamos. Al principio venían diez o doce personas. Ahora tenemos más de sesenta, divididas en grupos. Y eso es un síntoma de que esto está vivo. Que hay ganas en la ciudad. Hay clubs en centros cívicos y en otras librerías, pero se ve que la gente lo busca. Aquí se crea algo muy especial: hay quien dice que no esperaba encontrar algo así en Vitoria. Gente hablando de libros, a gusto, creando lazos. Hablamos de libros, sí, pero también de familia, de educación, de trabajo, de todo. Cada sesión es distinta, aunque sea el mismo libro. Eso demuestra que no leemos igual.

El arte de prescribir

—La gente a veces viene y me dice: “dame algo”. Como en la farmacia. Y aunque al principio me entra un poco el vértigo, creo que es lo que mejor funciona en una librería pequeña: la prescripción. Si te recomiendo un libro y aciertas, vuelves. Y si volvemos a acertar, ya hay confianza. No es magia, pero sí una mezcla de intuición, experiencia, y de conocer un poco a cada lector o lectora. Por eso me parece muy importante acertar. Aunque a veces me equivoco, claro. Benditas equivocaciones también.

Comunidades lectoras

—Siempre he apostado por hacer comunidad. Que esto sea un sitio donde, si te gustan los libros, puedas venir. Aunque leas menos de lo que te gustaría, aunque compres más de lo que lees. Un sitio seguro para hablar de todo, desde el respeto. A veces me llaman y me dicen: “qué bonito está todo”, o “me ha gustado hablar contigo de esto”. Y aunque tengo facturas por hacer o mails por responder, si ha venido alguien y hemos hablado, eso es lo primero. También entre las lectoras se crean lazos. Lo veo y lo defenderé siempre.

La intensidad como valor

—Sí, soy intensa. Me lo han dicho. Y está bien. La intensidad a veces está mal vista, pero yo creo que hace falta intensidad para meterse en cada historia, para montar algo así. Hay que vivir las cosas a fondo. Que te atraviesen. Que te pongan los pelos de punta. Y que eso se pueda compartir. Para eso también está este espacio.

Retos, pantallas y optimismo

—Soy optimista. No flipada, pero optimista. Aunque hay retos, claro. Las pantallas, por ejemplo. Pero si se escribe buena literatura infantil y juvenil, si se edita bien, si hay buenas traducciones y se acompaña bien a los jóvenes lectores y lectoras, yo creo que sí. Que si encuentran un libro que les atraviese, van a volver a leer. Aunque paren un tiempo, volverán.

Algunas recomendaciones

—Este verano he leído cosas preciosas. El jardinero y la muerte, de Gospodinov, me ha marcado. Habla del duelo, de la enfermedad, de la relación con su padre. Duro, pero precioso. También Comerás flores, de Lucía Solla, que creo que lo va a petar: una mujer de treinta y algo, en una relación con alguien mayor, en plena crisis vital. Y luego El amor después del amor, un libro ilustrado con historias de parejas del mundo del arte, la música o el cine. Si te gusta el cotilleo sofisticado, este es tu libro.

Y diez años más…

—¿El futuro? Depende del día. Hay días que lo veo negrísimo y otros que digo “palante”. Si sigue como hasta ahora, no pido más. No soy muy ambiciosa. Montar esto quizá ya lo fue. Y espero que siga. Porque yo también me nutro de esto. De la gente que pasa por aquí, compre o no compre. De todo este pequeño mundo que hemos ido creando. Ojalá a ellas también les sirva. Yo solo quiero poder seguir abriendo la persiana cada día.