CREADORAS«El teatro tiene esa capacidad única de generar presencia y vínculo»

«El teatro tiene esa capacidad única de generar presencia y vínculo»

Nos encontramos con Iara Solano en la estación de tren de Vitoria-Gasteiz. Un espacio de tránsito, de espera, de encuentros y posibles caminos. Quizás no hay mejor lugar para conversar con una artista que ha hecho del movimiento, la búsqueda y la transformación su motor vital y creativo.

Fotógrafa: Isabel González Ortiz de Urbina.

Fundadora del colectivo internacional Sleepwalk Collective y agitadora incansable de los márgenes escénicos, Iara es de esas creadoras que no solo rompen moldes, sino que los reinventan desde el deseo, la investigación y el afecto. En esta entrevista repasamos su trayectoria vital, artística y relacional.

¿Cómo fueron tus primeros pasos hacia lo artístico? ¿Tuviste referentes en casa?

He tenido suerte. Mi padre es escultor, pero nunca nos empujó a ser artistas. Lo que sí había en casa era una defensa muy clara de la creatividad y de la libertad. Nos apuntaban a muchas extraescolares para que probáramos de todo. Hice ballet un día, probé programación en MS-DOS con adultos siendo niña… y me di cuenta de que lo mío era crear, dirigir, imaginar desde cero. Montaba teatrillos con mis primas en Navidad. Ahí empezó todo.

Y esa necesidad de no solo actuar, sino de controlar todo el proceso… ¿también viene de ahí?

Totalmente. Yo nunca quise solo interpretar. Me interesaba más una visión global, más artesanal de lo escénico. Quería diseñar el conjunto, pensar el concepto, crear desde la base. Lo entendí muy pronto, aunque no usaba la palabra “gestión”. Era más una intuición clara.

¿Cómo diste con una formación que respondiera a esa vocación?

Gracias a una cadena de casualidades. La tía de Unai López de Armentia trabajaba con mi tía, y a través de él descubrí el Rose Bruford College en Londres. Vi el folleto y flipé: era exactamente lo que quería. Fui hasta allí, me planté sin haber hecho las pruebas y me entrevisté con el director. Le hice una carta, un texto, y me aceptaron. Tenía 17 años, entré de forma ilegal, pero era eso o nada.

¿Cómo fue tu paso por Rose Bruford College? ¿Qué te aportó?

Fue revelador. Era un programa llamado European Theatre Arts, donde te formaban desde lo performativo, la creación de lenguaje propio, el trabajo interdisciplinar. Tuvimos profesores increíbles, artistas en activo, que nos empoderaron muchísimo. Fue ahí donde se gestó Sleepwalk Collective, junto a Sammy Metcalfe.

Fundáis Sleepwalk Collective en 2006. ¿Qué buscabais con esa compañía?

Queríamos romper con los formatos tradicionales, sí. Veníamos muy entrenados en lo performativo, en los lenguajes postdramáticos, en la creación propia. Al principio fue muy precario, actuábamos para amigos, pero en cuanto recibimos el primer apoyo de la antigua Krea, volvimos a Vitoria-Gasteiz y empezamos a girar muchísimo. Actuamos por cuatro continentes, de Cuba a Australia, pasando por toda Europa. Fue muy intenso.

Desde el principio combinaste tu faceta de creadora con la de programadora, mediadora, agitadora cultural… ¿Por qué?

Porque no existían los contextos para lo que queríamos hacer. Aquí nadie nos dejaba un teatro, así que programábamos en bares. Montamos las Noches Scratxe Gauak, para compartir procesos. Era una forma de abrir camino, para nosotras y para otras. Lo personal y profesional se diluyen. Crear contexto es inseparable de crear obra. Para mí es fundamental.

De ahí nace también el Festival inTACTO, que programaste durante ocho años. ¿Qué te llevó a crearlo?

El deseo urgente de traer a Vitoria todo aquello que veíamos fuera y nos volaba la cabeza. Obras inefables, necesarias. inTACTO fue una apuesta por compartir esos lenguajes contemporáneos que no tenían cabida en otros sitios. Lo dejamos por dignidad: en el mejor momento del festival, vimos que no era sostenible. Y eso también fue una decisión política y poética.

Durante varios años fuiste artista asociada a espacios como Conde Duque o el Teatro de la Abadía en Madrid. ¿Cómo viviste esa experiencia?

Aprendí muchísimo. Madrid es salvaje, pero muy formativo. En Conde Duque hicimos un programa formativo con jóvenes sobre cuatro formatos escénicos. En la Abadía trabajamos mucho la mediación y la conexión con el barrio. Pero también me di cuenta de que mi base no podía ser Lavapiés. Mucho ruido, poco lugar para sanar.

Y hablando de sanar, ahora vives en un pueblo de Valencia. ¿Qué te da ese contexto?

Sí, Valencia me sana. La comunidad está más unida, hay más apoyo entre artistas. Pero también hay algo más vital: la luz, la temperatura, la vibración… Es un lugar donde se puede pensar y crear. Lo noto en el cuerpo.

Estás estudiando antropología. ¿Qué te ha aportado este nuevo giro?

¡Me ha volado la cabeza! Me he dado cuenta de que lo que hago como artista escénica es materializar artísticamente el pensamiento antropológico. Entender al otro, crear vínculos, facilitar experiencias. Muchas intuiciones que tenía ahora tienen un marco teórico que las respalda. Leer sobre rituales de paso, liminalidad, comunitas… Me hace sentir más sólida y más libre a la vez.

Acabas de cerrar la primera edición de FIAR, un festival de arte relacional en Vitoria. ¿Cómo ha sido la experiencia?

Ha sido intensa, agotadora y preciosa. FIAR nace para abrir un espacio de encuentro desde lo relacional, intergeneracional, afectivo. No es solo para mostrar obras, sino para generar conexiones. Han venido personas que no van nunca al teatro, que luego han traído a sus madres. Han pasado cosas importantes, aunque aún estamos evaluando.

¿Crees que el giro afectivo en las artes escénicas es el futuro?

Sí. Ya no se trata solo de romper con la dramaturgia tradicional, sino de compartir, de reconectar. El teatro tiene esa capacidad única de generar presencia y vínculo. Cada vez más gente quiere participar, vivir, poner el cuerpo. Es lo que nos hace humanos.

¿Y qué sigue para ti?

Seguir explorando, acompañando, aprendiendo. A veces como artista, a veces como mediadora, a veces como programadora. Todo está conectado. Y todo tiene que ver con confiar. En el otro, en el proceso, en lo que aún no se ve.