PROYECTOSComenzar caminando para terminar... ¡volando!

Comenzar caminando para terminar… ¡volando!

Amaya Lubeigt y Wilfried Van Poppel son 'Five days to dance', un proyecto que propone a los centros educativos alterar su día a día durante una semana para convertir a sus alumnos/as en protagonistas de una creación coreográfica

Alumnos/as de 3º de la ESO de Olabide durante los ensayos de danza./ Yone Estivariz

Es lunes y la pareja de coreógrafos Amaya Lubeigt y Wilfried Van Poppel llegan a la ikastola Olabide de Vitoria-Gasteiz. Por delante les esperan 5 intensos días en lo que deberán enseñar una coreografía de 30 minutos a 80 alumnos/as de tercero de la ESO, que durante este tiempo aparcarán las materias regladas habituales, para centrarse en el proyecto “Five days to dance”. Jóvenes que, quizá, no hayan bailado nunca, y que el quinto y último día presentarán el baile en público.

Wilfried y Amaya son coreógrafos/as y bailarines/as en Bremen, Alemania. Él, holandés, ella, vasca. Trabajan juntos/as desde 2008 en la compañía ‘DE LooPERS Tanztheater‘, fundada por Van Poppel en 2003. Hace unos años comenzaron a trabajar con personas que jamás habían bailado. Desde entonces lo hacen en Alemania, pero también en muchas otras ciudades de toda Europa, entre ellas Barcelona, Valencia o Vitoria-Gasteiz.

Amaya Lubeigt y Wilfried Van Poppel./ Yone Estivariz

Un documental de éxito

Su periplo por diferentes escuelas comenzó tras el éxito del documental ‘Five days to dance’. «Rafa Moles, el director de la película, es nuestro amigo desde hace mucho tiempo. Un día, charlando, le contamos los proyectos que estábamos realizando en diferentes colegios. Meses más tarde nos llamó y nos dijo que quería hacer un documental sobre ello«, cuenta Amaya. Lo que al principio les pareció una locura, acabó siendo una experiencia «increíble». La película se estrenó en 2014, y a partir de ese momento, decenas de centros escolares se interesaron por el proyecto. Al inicio de cada curso escolar, Amaya y Wilfried ya tienen la agenda anual completa.

Olabide no es un lugar desconocido para ellos/as. Ya el año pasado realizaron el proyecto por primera vez con alumnado que en ese momento estudiaba 3º de la ESO. «Fue una experiencia increíble«, describe Ziortza Gil, directora de Olabide. «Los/as chavales/as están en una edad en la que empiezan los conflictos entre ellos/as. Hemos notado que tras esta actividad se unen más como grupo, por lo que no hemos dudado en repetir».

Alumnos/as de 3º de la ESO de Olabide durante los ensayos de danza./ Yone Estivariz

El reto de trabajar con no profesionales

Para Wilfried y Amaya cada semana es un reto. «Nos encanta trabajar con no profesionales. Hay coreografías que las hemos hecho más de 30 veces, ¡y cada grupo es tan diferente!», admite. «La mayoría de los/as jóvenes/as nunca han bailado y se sienten desnudos/as, pero en esa desnudez, somos tan bonitos…».

La metodología de trabajo es la misma en todos los centros. Los lunes, nada más llegar, Amaya y Wildried se presentan e invitan a los/as alumnos/as a entrar en el mundo de la danza. Las reacciones, sea cual sea la ciudad donde estén, son siempre muy parecidas: vergüenza a mostrar su cuerpo, terror a que no les guste la danza, miedo a hacerlo mal, a las burlas y a lo desconocido. «Su mayor barrera es la vergüenza, así que siempre les digo que la tiren a la basura antes de empezar«, explica Wilfried. Calientan y comienzan aprendiendo la parte más complicada de la coreografía, «los/as retamos para que sepan que el nivel de exigencia es alto y se mantengan alerta, vivos/as».

Alumnos/as de 3º de la ESO de Olabide durante los ensayos de danza./ Yone Estivariz

El martes, el grupo se divide en subgrupos y cada uno monta una parte del baile, aportando ideas propias y adaptando la danza a sus inquietudes y gustos. El miércoles, las chicas y los chicos trabajan por separado, «les viene muy bien esta división por sexos. Sobre todo a las chicas, que se sienten mejor a la hora de trabajar», admite Amaya. Ya el jueves es el momento de aprender la parte final de la coreografía y unir cada una de las piezas del puzzle que han ido ensayando durante los días previos. El viernes se realiza el ensayo final y la actuación.

El cuerpo como herramienta

Pero el camino antes de la representación final es duro y complicado. Amaya explica que los/as adolescentes, en general, no tienen ninguna relación con su cuerpo, «no tienen control sobre él, no son conscientes de lo que pueden hacer. Además, al pasar tantas horas sentados/as en clase, le hemos quitado al cuerpo el impulso natural de moverse. En la danza, tu única herramienta es tu cuerpo. En el momento que descubren todo lo que pueden conseguir, brillan».

Alumnos/as de 3º de la ESO de Olabide durante los ensayos de danza./ Yone Estivariz

Wilfried y Amaya rompen, a través de la danza, con la etiqueta que cada alumno/a lleva colgada en la espalda durante el año. Así, puede ocurrir de repente que la persona más tímida de la clase destaque por sus habilidades para el baile atreviéndose a ponerse en primera fila para realizar la coreografía, mientras la más popular se convierte en una más del grupo.

Van Poppel admite que cinco días es poco tiempo para transformarlos/as en bailarines/as, pero que es tiempo suficiente para aprender y descubrirse. Además, insiste en que no es «solo» danza. «Es trabajar juntos/as, tener paciencia, ayudar y apoyar a los/as demás. Es aprender a implicarse para que el grupo funcione. Esto es como un castillo de naipes, si una carta se cae, se desmorona la torre entera».

No son pedagogos/as ni profesores/as, y afirman que el hecho de ser “solo” bailarines da seguridad a los/as jóvenes. “Cuando los/as niños/as son pequeños/as, aprenden del/a docente, pero cuando son adolescentes se empiezan a plantear cosas, y que un/a profesional comparta con ellos/as su experiencia de vida les apasiona. Son vivencias que necesitan para desarrollarse”, explica Lubeigt.

Amaya Lubeigt y Wilfried Van Poppel dan instrucciones a los/as alumnos/as sobre el baile./ Yone Estivariz

Muchos centros educativos y educadores/as tienen claro la importancia de introducir las artes en las aulas. En este sentido, la ikastola Olabide ofrece desde este curso la posibilidad de estudiar Bachillerato Artístico, “en nuestra programación educativa siempre hemos tenido muy presente la cultura y el arte. Tenemos que dar respuesta al alumnado con inquietudes artísticas”, explica Ziortza. “En cada curso tenemos una media de 100 alumnos/as, ya solo por estadística, muchos/as de ellos/as van a dedicarse al mundo de las artes. Es imprescindible prepararlos/as para ello”, admite.

La barrera de introducir las arte en las aulas

El muro para sacar adelante el proyecto la encuentran muchas veces en los padres y madres. Amaya recuerda con pena cómo en una ocasión, una escuela removió cielo y tierra en busca de financiación para poder realizar el proyecto. Cuando la dirección se reunió con las familias, con el objetivo de explicarles en qué consistía “Five days to dance”, estas se negaron y el proyecto no se pudo realizar.

“¿Pero esto para qué sirve? nos preguntan a menudo. Muchos piensan que sus hijos/as solo tienen que estudiar, y no es así. Este proyecto tiene el mismo valor que una clase de matemáticas porque les ayuda a crecer como personas, a utilizar su imaginación y refuerza la personalidad”, afirma el bailarín. “Cuando ven la actuación final, las familias se quedan alucinadas y nos preguntan cómo es posible que, en cinco días, hayamos conseguido que sus hijos/as aprendan todo eso. Nuestra respuesta siempre es la misma: mirad la capacidad tan grande que tienen, confiad en ellos/as y apoyadlos/as”.

Alumnos/as de 3º de la ESO de Olabide durante los ensayos de danza./ Yone Estivariz

¿Y qué queda después de estos 5 días? “Los/as chavales/as se quedan con una sensación genial. Cada uno/a se guarda la experiencia como un tesoro y lo usará cuando lo necesite. Les queda la victoria, la lucha, lo bien que se lo pasaron. Nosotros/as sembramos semillas y dejamos que crezcan. Los/as niños/as son súper agradecidos/as y eso nos da fuerzas para continuar cada semana”, afirma Amaya.

Tras la actuación final, Wilfried y ella regresan a Bremen con su familia, descansan durante el fin de semana, y el lunes siguiente vuelven a presentarse ante decenas de jóvenes desconocidos/as, llenos/as de vergüenza y de miedos, pero también de inquietud por aprender y descubrir(se) en este mundo.

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